Agradezco a Cojebro y a su presidente, Antonio Muñoz-Olaya, que se hayan acordado de Agroseguro para solicitar una tribuna en su Newsletter, porque constituye un valiosísimo canal de difusión con el que llegar a un buen número de mediadores.
Antes de ponerme a ello, he echado un vistazo a tribunas anteriores con el objeto de evitar incidir en aspectos que ya hubieran sido destacados, pero lo cierto es que es difícil sustraerse a reconocer el gran valor de la labor que desempeñan organizaciones empresariales como Cojebro no solo en la defensa de los intereses de sus asociados o en su apoyo en cuestiones tan vitales en la actualidad como la transformación digital o la gobernanza en todas su manifestaciones –por citar dos de los principales retos para cualquier organización–, sino también, muy especialmente, en dos ámbitos, inherentes a la mediación en todo caso, pero cruciales en el área de negocio en el que se desenvuelve Agroseguro: la formación continuada y el asesoramiento permanente al cliente.
En efecto, el seguro agrario es de una complejidad muy destacable –hasta el punto, yo diría, de que no hay especialista capaz de abarcarlo en su totalidad– y ello, en primer lugar, porque lleva más de cuatro décadas desarrollando productos para cada cultivo y sus variedades, para cada riesgo meteorológico o epizoótico y para cada área geográfica, con multitud de opciones de cobertura, con específicos períodos de suscripción y de garantía y con unas normas de valoración de siniestros asimismo muy complejas; pero además, y en segundo lugar, porque todo este entramado de aspectos se encuentra en permanente revisión, impregnando al seguro de una dinamicidad muy poco usual, de manera acorde con la constante evolución que experimenta la propia actividad agrícola y ganadera a la que se dirige.
Por ello, es fundamental, de forma destacada en nuestro caso, que el asegurado –y el tomador– se encuentre permanentemente acompañado por alguien que comprenda sus cambiantes necesidades (incluso que las anticipe), que sea capaz de optimizar su inversión en el seguro –habida cuenta, sobre todo, de su coste, a veces elevado– y que le asesore en el frecuente (cada vez más) momento del siniestro.
Pero es que, por añadidura, en el sistema español de seguros agrarios –ejemplo de partenariado público-privado– el diseño del producto se produce en foros en los que ha de oírse la voz del agricultor y el ganadero, y es precisamente el mediador –con frecuencia vinculado a una organización sectorial– quien con mayor fidelidad la transmite, por lo que su peso en este proceso es determinante.
A todo ello hay que añadir una importantísima cuestión que ya carece de “escépticos”: el irreversible proceso de cambio en los patrones climáticos, que nos afecta directamente y que viene incidiendo en un aumento de los fenómenos adversos severos en frecuencia, en intensidad e incluso en extemporaneidad, lo que irremisiblemente obliga a los productores, y también a los aseguradores, a adaptarse. Esta adaptación no es fácil y no siempre se comprende bien, y también aquí, de nuevo, el papel de la mediación en la cadena de transmisión es vital. Solo con la decidida colaboración de los mediadores y de sus organizaciones empresariales podremos garantizar la estabilidad financiera y, por ende, la sostenibilidad de un sistema de seguros que es referencia internacional.